El olvido no permite avanzar
La desaparición forzada sigue afectando a nuestro país. Han
pasado más de veinte años de los acuerdos de paz y todavía es un delito
continuado que siguen sufriendo miles de madres, hijos y hermanos que esperan
saber lo que sucedió con sus desaparecidos, aún esperan y esperarán siempre
para conocer el lugar donde quedaron sus restos.
Sin embargo, los verdugos sienten placer en continuar
guardando silencio y extienden el rumor de que ya pasó la guerra y debemos
olvidar. Torturas que continúan también aquellos que ven como algo nimio
conocer la verdad de estos sucesos.
El olvido es una muestra de represión, un resabio de los
gobiernos totalitarios, en el que se le quiere negar a los salvadoreños el
verdadero sentido de la historia, que no es únicamente exponer a los sicarios,
sino conocer el lugar de dónde venimos. La gente se autocensura para no verse
afectada, guardan silencio aun sabiendo porque temen verse envueltos en la
historia, olvidando que ya son parte de ella porque son testigos.
Y los culpables siguen y siguen promulgando el estribillo
que lo que pasó, pasó y hay que olvidar.
No hay presente ni futuro sin pasado, nos expone la
sabiduría popular. ¿Por qué entonces negar el pasado y pretender sepultarlo en
el olvido? ¿Acaso vamos a negar las desapariciones forzadas?
Los hechos se dieron, es innegable que desaparecieron a
seres humanos que torturaron y asesinaron para dejarlos en el mar, en tumbas
clandestinas o en los patios de los recintos que ocupaban los cuerpos
represivos de seguridad de aquellos años.
Los culpables no quieren decirlo porque no son capaces de
pedir perdón o porque creen que los familiares serán como ellos fueron. Gran
error, muchos de estos desaparecidos fueron luchadores sociales que buscaban el
bien común, otros personas inocentes cuyo pecado fue ser campesino, joven,
estudiante en un país que alzaba la voz para exigir justicia y libertad.
Existe una gran diferencia que los asesinos no son capaces
de ver, porque fueron adoctrinados en una cultura egoísta en la que sólo se
pensaba en reprimir a las clases menos privilegiadas y sumirlas en el silencio
mientras vivían a diario y sin cambio su miseria. Mientras, la sociedad continúa
creciendo y olvidando.
Muchos jóvenes no tienen idea de lo que se vivió en la
guerra, a muchos ni les importa. Ese es el mensaje que se les ha dado, perdón y
olvido... o mejor aún sólo olvido. Pero las masacres están ahí para
conocimiento internacional, las pruebas existen, los testigos, las víctimas
aunque pretendieron que la gente olvidara.
El asesinato de Rutilio Grande y Monseñor Romero fueron
conocidos por todos aunque pretendieron negarlo, y el tiempo que pensaron sería
un testigo silencioso llegó a hablar y se conoció ese terrible caso, así como
el asesinato de los jesuitas, el secuestro de Jaime Suárez Quemaìn, de mi padre
(Mauricio Vallejo) y de tantos poetas, periodistas, intelectuales y luchadores
sociales como el presidente de la comisión de Derechos Humanos no gubernamental
Herbert Anaya, que querían un mejor país, un verdadero mejor país.
Sin embargo, el delito continua robando la tranquilidad de
los familiares de los desaparecidos que mantienen en la incertidumbre el
destino de sus familiares, que siguen esperándolos, que desean saber qué pasó,
dónde quedaron sus cuerpos para poder cerrar el círculo.
El dolor sigue golpeando, y mientras ese dolor continúe no
puede haber reconciliación en este país. Y se seguirá escuchando: “Vivos se los
llevaron, vivos los queremos”. Por ello esperamos que pronto se decrete el 30
de agosto como el día de la desaparición forzada en nuestro país como un paso
más para la esperada reconciliación.
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